Soñar, no paraba de hacerlo, de hecho me encantaba. No me importaba seguir viviendo en este inmenso y profundo mar lleno de ellos, los sueños.
En este mi mundo, mi mar, podía ser y pensar libremente. Me sentía capaz de hacer lo que me propusiese, aunque a veces venían algunas feas tormentas, siempre tenía la certeza de que más tarde vendría la calma.
Impacientemente me despertaba cada mañana para pisar el suelo de un mundo real y ver alrededor lo que a mí mente le apetecía. Era como volar. Que felicidad, ¿no?
Había una voz grave y familiar que sonaba continuamente, muy lejos, y decía: "Eres muy joven, podrás hacer lo que te propongas". Esto me hacía pensar; alguien confiaba más en mí que yo misma, yo tenía prisa para todo porque...¿quién sabe que ocurriría más tarde? Pues nadie, por eso quería hacerlo todo en el momento que se pasaba ese pensamiento por mi cabeza. No podía esperar. Las hojas de mi calendario pasaban demasiado deprisa, aunque a veces, me apetecía sentarme y mirar, ver el tiempo pasar...
Así era yo, así era como vivía en un mundo que no era mundo, lleno de realidades que no me parecían verdad.